Tras años estudiando en la universidad, soñando con un
trabajo bien remunerado, al salir consigues un puesto mal pagado, con ciertas
posibilidades aparentes de ascenso, algo pasajero piensas. Va pasando el tiempo
y te das cuenta de que tus compañeros llevan años allí, que ni han progresado
ni parecen progresar. Poco a poco la empatía te hace sentirte como uno de
ellos. Vuelves a casa, tras unos minutos buscando aparcamiento consigues
encontrar un sitio libre cerca de tu portal. Hoy es un día con suerte. Metes la
llave y abres la puerta, todo está oscuro. Esos muebles de Ikea que tantas
familias miraban en el comercio no tienen familia a la que mirar. Pones la tele
porque hace compañía, sabes que esas personas no están allí, pero gusta
escuchar otras voces; mientras lees o sencillamente usas el ordenador. Van
pasando varias horas hasta que decides dormir, y apagas el ordenador, apagas el
televisor.
Todo queda en silencio y conforme avanzas hacia tu
habitación las demás salas se oscurecen. Te acuestas y miras hacia el techo,
hubo un tiempo en el que dormías acompañado y solías quejarte de que su pelo
era tan largo que apenas podías respirar si dormías con ella. Sonríes porque
aún recuerdas todo, y pasas horas recordando otras historias de lo que fue y lo
que pudiste ser. Vuelves a concentrarte en dormir, pero ya no coges el sueño,
miras el móvil y compruebas la alarma, 6:35, al menos el coche está cerca del
portal.